Vecinos y tangas

Publicado por Rafa Gómez  

Iba a titular esta entrada como “Vecinos porculeros”, pero a lo mejor quedaba algo grosero.
Hay vecinos y vecinos, y algunos son eso, muy porculeros.
Sí, nosotros también somos vecinos de otros, también nos escuchan nuestros ruidos, aunque, quisiera pensar que yo me comporto medianamente bien.
Vamos, que yo no soy de los que mueven todos los muebles del comedor a las 8 de la mañana un domingo o festivo. Tampoco soy de los que andan con tacones a altas horas de la madrugada. Y mucho menos, tampoco vuelvo de fiesta a las 4 o 5 riendo por la escalera ni dando portazos.
Se me haría muy largo ponerme a enumerar cada uno de los vecinos que me han molestado alguna vez en mi vida, pero me limitaré a los más llamativos, o los que recuerde ahora mismo, que seguro que no son los mismos. Cosas de la memoria, y la edad.
Actualmente tengo como vecinos en mi mismo rellano a unos argentinos. Generalmente no son escandalosos, aunque una de sus duchas dan a mi pasillo y me pongo histérico escuchando como derrochan el agua durante lo que a mí se me antoja que podrían ducharse cinco personas, y sin cerrar el grifo ni un solo momento.
Pues bien, estos argentinos me la liaban este último mundial de fútbol, cada vez que jugaba argentina y recibían la visita de otros compatriotas para ver los partidos juntos.
Gritos y golpes, y más gritos y más escandalera. Y cuando marcaban un gol era mucho peor.
Me sentía terriblemente avergonzado cuando salían al balcón a cantar el gol, seguidamente de lo que pienso que era el himno de argentina, a saber.
Lo más llamativo es que a las chicas se le oía más que a los chicos de ese grupo de argentinos.
También tengo a mi vecina de arriba. Cada vez que vienen sus salvajes nietos me da la sensación que se me va a caer el techo encima. Muchos saltos y gritos, y unas voces hablándose entre ellos que se oye perfectamente desde mi piso. Son tres y, desde que nació el primero, en mi casa no se puede dormir la siesta. La pobre abuela tiene que recogerlos del colegio y darles de comer todos los días. Y cuando ya se vuelven al colegio por la tarde ya es hora de empezar a prepararme para irme a trabajar. Sin dormir ni relajarme por la escandalera. Mucho me temo que, hasta que no se muera la abuela, no voy a poder dormir la siesta.
Bueno, pues desde que tenemos al gato, gato negro, ya sabéis, a los niños del diablo no se les ocurre otra cosa que hacerle tontadas desde la ventana, cuando el animal sale al patio a tomar el aire. A veces da vergüenza ajena oírles decirle cosas al gato, y el pobre animalito maullando hacia arriba, supongo que no entenderá tal comportamiento anormal de esos pequeños humanos. O a lo mejor se está acordando de sus muertos en su idioma gatuno.
A veces le decimos a la señora, así como educadamente, cuando no están sus niños, que vaya tranquilidad que hemos tenido ese día sin sus nietos. La pobre mujer siempre contesta que sus nietos son muy buenos y no hacen escándalo. Quizá el problema lo solucionaría un par de audífonos.
Aunque también da la impresión que la señora sabe muy bien lo que hacen sus nietos, y lo que hace ella. La mayoría de los domingos y festivos se me pone a mover sillas, arrastrándolas a largas distancias. No consigo entender donde mete tanta silla, en mi comedor no caben tantas. Incluso parece que su piso es más grande que el mío, a pesar que vive exactamente encima del mío.
Le hemos dicho que le ponga tacos o almohadillas a las patas de sus sillas, como hacemos nosotros para no molestar abajo. La muy descarada dice que no se puede poner nada en sus sillas porque son de madera. No sé si es muy tonta o demasiado caradura.
También tuve una vecina algo torpe, pues digamos que, mientras vivía encima nuestra, concretamente dos pisos, se le caía montones de pinzas todos los días a nuestro patio. Nos hemos pasado así como unos 18 años sin comprar pinzas.
Pero no era lo único que se le caía, también he podido hacer una buena colección de bragas y tangas. Nunca he entendido porque solo se caía ese tipo de prendas. Sí, entiendo que son pequeñas y fácil de que se caiga, pero entre la ropa también suele haber otras prendas también igual de pequeñas y nunca se cayó nada de eso: calcetines, trapos o calzoncillos de su hijo o su marido, por ejemplo.
Aunque desgraciadamente, ella no era la única que se le caía cosas desde esa vivienda, su hijo las tiraba aposta. Pude llenar una caja de juguetes que tiraba el adorable Carlitos, algunos de ellos ligeramente peligrosos si se caen en alguna cabeza.
Alguno de vosotros se puede preguntar por qué no le subía las cosas que se le caían. Al principio lo hacíamos, por eso de ser, o demostrar, que somos buenos vecinos y demás. Pero la cosas se repetía con demasiada frecuencia y tampoco es que ellos fuesen muy agradecidos ni simpáticos. Vamos, que son de esos que no saludan cuando te cruzas con ellos por el zaguán del edificio.
Bueno, y es que respecto a la ropa interior, pues es que no sabía muy bien como devolvérsela. No me veía a mí tocándoles al timbre y, con el tanga en la mano, decirle algo así como: “Te subo un tanga que se te ha caído”.
¿No lo veis así como una escena algo rara?
Aunque ahora que pienso, hubiera sido muy divertido subirle un tanga y que me abriera la puerta el marido.
–Mira, que le subo este tanga a tu mujer que me lo he encontrado por mi casa…
Eso sí, nunca bajaron a por ninguna prenda ni juguete.
Mi mujer me dijo una vez que el marido había bajado a buscar un tornillo que se le había caído, pero no sé ni de donde ni como.
También me encontré, antaño en otra vivienda, unos vecinos con una lavadora rota que hacía un ruido espantoso. Tenían un restaurante y volvían tarde a casa, teniendo que poner la lavadora a unas horas de dormir la gente normal. No me explico como nadie los denunció. A ese patio de luces daban dos edificios con diez viviendas cada uno, y el escándalo era realmente molesto.
También he vivido en una urbanización de bungalós, en una zona de poca cobertura telefónica. Eso nos llevaba a la surrealista situación de tener que salir al jardín a hablar por teléfono, en una zona rodeada de bungalós y una acústica estupenda, haciendo la conversación telefónica compartida para, literalmente, todos los vecinos. Incomprensiblemente, algunos ponían el manos libre, regalando al resto de vecinos, la conversación completa.
Aunque no era lo único que compartían con el resto de vecinos, cada vez que recibían visita también hacían participes al resto de involuntarios espectadores de su fiesta, haciendo la comida o cena familiar fuera de la vivienda, con el consecuente ruido y griterío, sobre todo si había niños.
No quisiera terminar este escrito sin hacer mención de una vecina de cuando vivía solo hace ya media vida.
En aquellos tiempos, tenía yo una cierta relación con un vendedor de cupones de la ONCE que se ponía debajo de mi casa. Pues imaginad la cara que se me ponía cada vez que ese hombre me decía que mi vecina del cuarto le comentaba que yo tendía muy mal la ropa. A mí nunca me lo dijo directamente, pero al compañero sí se lo comentó en varias ocasiones.
Os invito a que os atreváis a escribirme en los comentarios vuestras experiencias con vecinos porculeros.

1 comentario en “Vecinos y tangas

  1. Hola, me reí mucho y fuerte con lo de los palitos de tender, desde que vivo en mi piso nuevo, esposo se dedica a juntar y arreglar palitos de tender.
    Otra cosa es que hay un pequeño espacio común entre los baños de mi piso y el de mi vecino. Como somos literal el único piso que tiene «piso en este piso (valga la redundancia, piso en Latinoamérica, es todo el conjunto de departamentos que hay, lo que sería planta para ustedes) Y en ese espacio hay un calzoncillo Calvin Klein ahí esperando a que alguien lo tome, y no puedo ser yo porque no quepo. ZoylaCiega

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